martes, 14 de abril de 2015

Jerusalén en tiempo de los romanos -2-


Desde el cenáculo los primeros obispos cristianos regían la Iglesia de Jerusalén. Todos eran conversos del judaísmo, como lo eran también sus compañeros. Eusebio, en su Historia Eclesíastica, da la lista de estos obispos. De acuerdo con la tradición universal, el primero fue el Apóstol Santiago el Menor, el hermano del Señor. Eusebio dice que él fue nombrado obispo por san Pedro, Santiago el Mayor, y Juan. Naturalmente los otros Apóstoles cuando estaban en Jerusalén compartían el gobierno con él. Fue lanzado por los judíos desde una roca y luego lapidado hasta morir cerca del año 63. Después de su muerte los Apóstoles sobrevivientes y otros discípulos que estaban en Jerusalén escogieron a Simeón, el hijo de Cleofás (también llamado hermano de Nuestro Señor), como su sucesor. Él era el obispo en la época de la destrucción (70) y probablemente fue a Pel-la con los otros. Cerca del año 106 o 107 fue crucificado bajo Trajano, según Eusebio. La línea de obispos de Jerusalén continuó como sigue:

Judas (Justo), 107-113; Zaqueo o Zacarías: Tobías; Benjamín; Juan; Matías (m. 120); Felipe (murió c. 124); Séneca; Justo; Leví; Efraín; José; Judas Quiríaco (m. entre 134-148).

Todos ellos eran judíos. Fue durante el episcopado de Judas Quiríaco que ocurrió la segunda gran calamidad, la revuelta de Barcokebas y la destrucción final de la ciudad. Incitados por la tiranía de los romanos, por la reconstrucción de Jerusalén como colonia romana y el establecimiento de un altar a Júpiter en el lugar del Templo, los judíos se lanzaron a una desesperanzada rebelión liderados por el famoso falso Mesías Barcokebas cerca del año 132.

Durante esta rebelión él persiguió a los judíos cristianos, quienes naturalmente se negaron a reconocerlo. El Emperador Adriano sofocó la rebelión, después de un sitio que duró un año, en 135. Como resultado de esta última guerra todo el vecindario de la ciudad se convirtió en un desierto. Sobre las ruinas de Jerusalén se construyó una nueva ciudad, llamada Aelia Capitolina (Aelius era uno de los nombres de Adriano), y un templo a Júpiter Capitolino fue edificado en el Monte Moira. A ningún judío (por lo tanto a ningún judío cristiano) se le permitió la entrada a la ciudad bajo pena de muerte. Esto trajo un cambio completo en las circunstancias de la Iglesia de Jerusalén. La vieja comunidad judeocristiana llegó a su fin. En su lugar se formó una Iglesia de cristianos gentiles, con obispos gentiles, quienes dependían mucho menos de las memorias sagradas de la ciudad. De ahí que la Iglesia de Jerusalén, por algunos siglos, no tomó el lugar entre la jerarquía de las sedes que podríamos esperar. AElia era un pueblo sin importancia en el imperio; el gobernador de la provincia residía en Cesarea, en Palestina. El uso del nombre AElia entre los cristianos de esa época marca la insignificancia de la pequeña iglesia gentil, mientras que la restauración del viejo nombre de Jerusalén, tiempo después, marca el renacimiento de su dignidad.

Fuente: Enciclopedia Católica

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