lunes, 22 de julio de 2013

Basílica de la Magdalena en Vezelay


Volvemos nuevamente hoy nuestros ojos a uno de los lugares santos por excelencia de la Europa medieval: la Basílica de Santa María Magdalena. en Vezelay (Francia). El reportaje que encabeza esta entrada pertenece a la Televisión Católica de Francia, y a pesar de estar hablado en francés, es altamente interesante tanto por su contenido, como por la calidad de sus imágenes. La Basílica de Vezelay fue construida en el año 1037, como parte integrante del monasterio dedicado al creciente culto de este lugar de peregrinación, levantado sobre la supuesta tumba a la que habrían sido trasladados los restos de la santa.

El aspecto fundamental de la veneración a la Magdalena no es simplemente su especial relación con Jesús, sino su papel central en el testimonio de la Resurrección, afianzado por su especial amor. Mucho creyó la que mucho amor. Éste es uno de los argumentos que utilizó el papa san Gregorio Magno, predicando sobre la santa en su Homilía 25:

María Magdalena, cuando llegó al sepulcro y no encontró allí el cuerpo del Señor, creyó que alguien se lo había llevado, y así lo comunicó a los discípulos. Ellos fueron también al sepulcro, miraron dentro y creyeron que era tal como aquella mujer les había dicho. Y dice el evangelio acerca de ellos: Los discípulos se volvieron a su casa. Y añade a continuación: Fuera, junto al sepulcro, estaba María, llorando.

Lo que hay que considerar en estos hechos es la intensidad del amor que ardía en el corazón de aquella mujer, que no se apartaba del sepulcro, aunque los discípulos se habían marchado de allí. Buscaba al que no había hallado, lo buscaba llorando y, encendida en el fuego de su amor, ardía en deseos de aquel a quien pensaba que se lo habían llevado. Por esto, ella fue la única en verlo entonces, porque se había quedado buscándolo, pues lo que da fuerza a las buenas obras es la perseverancia en ellas, tal como afirma la voz de aquel que es la Verdad en persona: El que persevere hasta el final se salvará.

Primero lo buscó, sin encontrarlo; perseveró luego en la búsqueda, y así fue como lo encontró; con la dilación, iba aumentando su deseo, y este deseo aumentado le valió hallar lo que buscaba. Los santos deseos, en efecto, aumentan con la dilación. Si la dilación los enfría, es porque no son o no eran verdaderos deseos. Todo aquel que ha sido capaz de llegar a la verdad es porque ha sentido la fuerza de este amor. Por esto dice David: Mi alma tiene sed de Dios vivo: ¿cuándo entraré a ver el rostro de Dios? Idénticos sentimientos expresa la Iglesia cuando dice, en el Cantar de los cantares: Estoy enferma de amor; y también: Mi alma se derrite.

Mujer, ¿por qué lloras?, ¿a quién buscas? Se le pregunta la causa de su dolor con la finalidad de aumentar su deseo, ya que, al recordarle a quién busca, se enciende con más fuerza el fuego de su amor.

Jesús le dice: «¡María!» Después de haberla llamado con el nombre genérico de «mujer», sin haber sido reconocido, la llama ahora por su nombre propio. Es como si le dijera:

«Reconoce a aquel que te reconoce a ti. Yo te conozco, no de un modo genérico, como a los demás, sino en especial».

María, al sentirse llamada por su nombre, reconoce al que lo ha pronunciado, y, al momento, lo llama: «Rabboni», es decir: «Maestro», ya que el mismo a quienella buscaba exteriormente era el que interiormente la instruía para que lo buscase.

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