viernes, 8 de marzo de 2013

San Lorenzo in Lucina




La iglesia estacional de este viernes tercero de cuaresma es la de San Lorenzo in Lucina. La matrona Lucina vivía en la casa donde ahora se levanta la iglesia y que fue quien hospedó seguramente al Papa Marcelo en el año 308, que se ocultó aquí durante la persecución de Majencio, mientras que el Papa Dámaso I fue elegido aquí en 366. La iglesia era conocida como titulus Lucinae, por lo que se menciona en las actas del sínodo 499 de papa Símaco. Sera después el Papa Sixto III, tras una restauración, quien dedique esta iglesia a San Lorenzo. Al siglo V se remonta  la tradición en que se hacía una procesión con letanía cada 25 de abril, a partir de San Lorenzo in Lucina y terminaba en la Basilica de san Pedro.  

Asimismo, en esta iglesia  se conserva el hierro donde fue martirizado el santo, aquí también se encuentran los Mártires, Alejandro, Evencio y Teódulo, los santos Vicente, Peregrino, Felícola, Gordiano y Sempronio y los  papas Ponciano y Eusebio.  

Existen varias lápidas en las que se deja constancia de los restos martiriales, del instrumento martirial de san Lorenzo y de las diferentes consagraciones a través de los siglos.

Al igual que todas las iglesias de Roma también ésta se sometió a reformas importantes. La más completa es la de Pascual II (todavía hoy se conserva su sede con la inscripción). Más tarde, se añadió el característico pórtico y la torre-campanario, ambos del siglo XIII. Hacia 1650, la iglesia fue transformada en estilo barroco. 

Aquí se conserva el  precioso lienzo de Guido Reni, que representa a Cristo en el supremo momento de la inmolación en la cruz por todos nosotros. 


Fuera del templo, la paz y el silencio se rompen todos los días frente a un mundo lleno de hombres y cosas; por lo que el escritor italiano Riccobaldi del Bava escribió, refiriéndose al Crucifijo de Reni ... "ninguna otra pintura de este artista alcanza tanta profundidad espiritual, ....este cuerpo tiene en su inmovilidad crucificada la capacidad del vuelo ".


La lectura de hoy del libro de Oseas me lleva a meditar ante este lugar tan antiguo de culto cristiano en que la confianza en el Señor nunca se estremeció. Aquí se recordó a los martires que dieron su vida por quien les dio la Vida y aquí podemos mirar, hoy viernes de cuaresma, el árbol de la cruz y su fruto. A su sombre nos cobijamos y con su fruto nos alimentamos. 

Israel, conviértete al Señor Dios tuyo, porque tropezaste por tu pecado. Preparad vuestro discurso, volved al Señor y decidle: Perdona del todo la iniquidad, recibe benévolo el sacrificio de nuestros labios. No nos salvará Asiria, no montaremos a caballo, no volveremos a llamar Dios a la obra de nuestras manos.
En ti encuentra piedad el huérfano. Yo curaré sus extravíos, los amaré sin que lo merezcan, mi cólera se apartará de ellos. Seré para Israel como rocío, florecerá como azucena, arraigará como el Líbano. Brotarán sus vástagos, será su esplendor como un olivo, su aroma corno el Líbano. Vuelven a descansar a su sombra: harán brotar el trigo, florecerán como la viña; será su fama como la del vino del Líbano. Efraín, ¿qué te importan los ídolos? Yo le respondo y le miro: yo soy como un ciprés frondoso: de mí proceden tus frutos.
¿Quién es el sabio que lo comprenda, el prudente que lo entienda? Rectos son los caminos del Señor: los justos andan por ellos, los pecadores tropiezan en ellos. 
Oseas 14,2-10



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